Bacalao en el corazón

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Andaba echando un cigarrito de la risa en el balcón y me he quedado mirando a una chica que limpiaba las cristaleras de la vecina. La típica boliviana de culito tragón y unas cutres mallas blancas con las bragas marcadas en el pandero. Mi sorpresa ha sido al girarse, no era la boli estándar con cara de pan moreno de pueblo sino que tenía unos rasgos muy finos y exóticos, como si fuera una mezcla de razas. He escondido el porrito cuando he notado que me miraba, sonrisa de cortesía por ambas partes y un pequeño diálogo de compromiso. 

Escucho el taka taka de Consuelo, mi senil vecina, que asoma su cabeza blanca como buena portalera y se interesa por nuestra conversación. Se mete como Pedro por su casa y le cuenta que a la chica, mientras me mira fijamente, que de joven era muy travieso pero que ahora soy un cielo de niño. Me sonríe. Le sonrío. La decrépita señora me pregunta si tengo planes para la tarde. Ninguno, señora. A sus arrugaditos pies y a las de su chacha, pienso en mis adentros. Sin ningún tipo de vergüenza ni complejo me cita para que vaya a IKEA para comprar una lámpara y que Carla, nombre de la Diosa de La Paz, me acompañará para elegirla. 

¿Y usted? le pregunto. ¿Yo? Ah no! Yo me quedo viendo "El secreto de Puente Viejo" y abandona el lugar lliscando suelo de gres con su taka taka de competición. A las 6 he quedado en el portal con Carla, que ha empezado hoy a currar como asistenta. Espero que esté de interna y por las noches podamos pegar unos caliqueños entre pasti y pasti de mi Consuelo del alma. 

18:00 Puntual como un Lord inglés con su té de las 5. Ahí estaba yo en el portal de mi dulce hogar esperando que bajara del cielo, o en su defecto por el ascensor, Carla. Se retrasó un par de minutos y no pidió perdón por el retraso. Iba con sus leggins color blanco perla, con alguna que otra mancha a decir verdad, y una chaquetita de estas de entretiempo de color lila. La situación era un tanto extraña. Dos desconocidos montándose en un coche, alternando ratos de silencio con conversaciones forzadas para salir del paso. No estaba incómodo, estaba en mi burbuja porretil mientras atendía los factores del tránsito para evitar mirarla a los ojos y que tomara cuenta que iba más pasado que Pocholo en una fiesta con barra libre de lonchas. 

Llegamos a IKEA y ya le aviso de antemano que no me gusta este establecimiento de origen sueco. Me estresa, me parece un laberinto, quizás tenga malos recuerdos de cuando iba con una de mis tantas ex que tenía la especial manía de mirar, tocar y preguntar por todos y cada uno de los artículos de la puta tienda de los cojones. Carla iba a tiro fijo. Decidida. Paso firme y directa a la sección que tocaba. De camino me encuentro a Julián. Estudiamos juntos. Un fanfarrón de cuidado, me cuenta que es el Director del Departamento de Visibilidad del Aeropuerto. Le miro con cara de mientras le doy una palmadita en la espalda a modo de medallita. Me despido y recuerdo que lo vi el jueves pasado en el aeropuerto. Limpiaba los cristales de la terminal. ¡Qué cachondo el tipo! 

Carla ya tiene la lámpara y se dispone a pagar. Saca la billetera y realiza el pago. Otra vez en el coche. Ahora ya me siento más fresco y social, me encargo de sacar conversación a mi copilota. Llegó hace 7 años de su La Paz natal. Un pájaro de hierro la llevó aquí para vivir el sueño español. 29 años. Una hija de 10, que está en su país a cargo de la madre de Carla. ¿El padre de la criatura? Ni está ni se le espera. Le pregunto si tiene pareja y me cuenta que lo está dejando con un chico. O se está o no se está. ¿Qué cojones es eso de estar dejándolo? ¿Va por fascículos? No indago más sobre el tema. Me pregunta si alguna mujer anida en mi corazón de melón y se lleva una negativa. Ninguna. Libre cual pajarillo por el monte. Esboza una sonrisilla picarona y me responde: ¿Como así? ¡Con lo guapo que eres! Cuando estamos llegando me cuenta que está de interna en casa de Consuelo y que nos podemos ir viendo de vez en cuando. También me pregunta si fumo. Ahora si que la miro a los ojos. Ríe. Capta la señal. Vamos llegando a puerto y me sorprende con un: "Si esta noche Consuelo se duerme pronto, ¿quedamos y fumamos? Yo tengo"

Aparco y nos intercambiamos móvil. No tiene WhatsApp. Pasea y maneja un Nokia del Neolítico y estaremos en contacto por SMS. ¡Qué retro y vintage todo! O también por la ventana, que mi habitación da al salón de Consuelo. ¡Cuantas tetas, coños y culos habrá la visto la pobre anciana siendo cabalgadas por un servidor. Llegamos. Dejo la lámpara y a Carla en casa de Consuelo.

Hoy me ha escrito un SMS para vernos a las 12. Le he respondido afirmativo. Cuando faltaban unos minutos para las 12, Carla me ha escrito un mensaje de texto para confirmar la cita, que sería a las 12 en el rellano del cuarto. Ambos vivimos en el tercero, yo en la puerta C y Consuelín en la A. Me he perfumado “porsiaca” y he salido en busca de mi chupatintas boliqua, que esta vez ya me esperaba arriba. Al llegar ya estaba liada quemando piedra y lo primero que he hecho, como buen vecino, es afear esa conducta. Para que salga Marcelo, 4B, a sacar la basura y nos pille de marras. Es un argentino con más mala leche que Simeone y más de una vez hemos estado apunto de llegar a las manos. La llevo a la azotea, un décimo con unas inmejorables visitas de la ciudad, y ya ahí le permito que continúe desbrozando la sustancia marrón que, por cierto, huele mejor que el cocido de mi yaya. 

Ensuciamos un poco el cielo de Palma con una humareda densa y poblada mientras seguimos de charleta, esta vez me doy cuenta que está interesado en algo más que una amistad y es que uno es Nivel 80 en estos lares y nota a las primeras de cambio cuando una chica está interesada en ti o se la sudas. Se me activan las señales de alarma. A día de hoy rehuyo cualquier tipo de compromiso que no sea con mi compañía telefónica o la de luz. Llevo una cargada mochila repleta de desencantos amorosos y, en ningún caso, quiero verme otra vez en esas. Por el momento, no. Soy sincero en este aspecto, además que ella “esté dejando una relación” me da una mayor libertad a serlo. Cualquier mala cara o palabra tendría una respuesta dura y contundente como: “¿Sabe tu novio o medio ex que estás zorreando conmigo? Pero no, lo entendió y asumió. Le solté que lo único que echo de menos de las parejas es tener sexo con regularidad, así entre risas pero encajó bien mi comentario y, algo me dice, que sus bajos se humedecieron cuando tocamos el tema sexual. Se declaró muy fogosa y pasional, pero que, salvo excepciones, necesita que haya sentimiento para abrir sus piernas y dejarse llevar por los pecados carnales. La cosa quedó un poco en “stand by” y más cuando ha empezado a caer un chaparrón y dado que en la azotea no había ningún sitio donde refugiarse, hemos cogido la de Villadiego. Bajamos y en el ascensor me come el boquino. Se ha lanzado ella y el beso ha durado unos 5 segundos. Sin lengua, eso si. Llegamos al rellano, me da un piquito y se mete en casa de Consuelo. Me he quedado un poco a cuadros. No sé si me está dando las llaves para que me la taladre con mi taladro mallorquín o pretende hacerme la 13/14 y hacer que me quede pillado… Veremos…

- 3 días después- 

Llevaba un par de días metido en mis cosas y he desatendido a Carla, que me mandó un par de SMS sin respuesta por mi parte. La verdad es que me estresa un poco lo de los mensajes de texto, me parecen un atraso en la actualidad y me ha dado pereza liarme a mensajes como si de un quinceañero fuera, aunque tuviera los SMS gratuitos. Esta mañana me la he encontrado en el rellano. Estaba limpiando la puerta de Consuelín y no he podido evitar el encuentro. Nos hemos quedado mirando y se podía palpar la tensión del ambiente. Un "¿Qué pasa Carla?" en plan colegueo ha sido la frase que he utilizado para romper el hielo, me ha respondido que todo bien y que si me pasaba algo a mi por no responder los mensajes. Negué, le expliqué que estaba escribiendo un libro y que tengo la cabeza en otra parte. Compró la excusa y me enseñó sus bonitos dientes, blancos cual perlas, mientras me proponía un plan para las 18, coincidiendo con la hora que el hijo de Consuelo se llevaba a la madre a no sé donde. Teníamos de 18 a 20. Le conté una milonga que tenía que esperar al de ONO para forzar la quedada en mi casa y, una vez más, volvió a comprar mi respuesta de dudosa credibilidad. 

 Ha venido a las 6 en punto. No tiene mucho mérito su puntualidad si tenemos en cuenta que estamos a 12 pasos contados. Le he ofrecido algo de beber y nos hemos servido dos copas de Rioja para ir entonando la tarde. Desde el principio nos hemos estado besando y buscando el contacto, que iba acrecentando a medida que la botella se iba vaciando. Abrimos la segunda botella y ya los calores, las risas incontroladas y las miradas libinidosas hacen acto de presencia en mi salón con muchas posibilidades o eso decía la de la inmobiliaria cuando me encasquetó este zulo. 

Carla está muy graciosa con las mejillas sonrosadas y la dificultad para hablar por los efectos del vino, que de peleón esta vez no tiene nada. Carla vale un Rioja. Atrás quedan esas noches emborrachando a mujeres pasadas de peso con vino de cartón y con más batalla que El Campeador. Miramos el reloj. Marca las 19:23. Segundos de silencio y nos abalanzamos en busca de cruzar ese límite prohibido, ese momento que ya no disimulas a la hora de restregar los bajos contra su pubis. Ella responde con gemidos excitantes y sonoros que me suenan mejor que Lethal Industry de Tiesto en Pacha Ibiza y pasado de MDA. Ahora es Carla la que empuja su pubis contra mi bajovientre, utilizando la fuerza de sus extremidades. Notar como empujaba y gemía me puso las venas del rabo como un mapa de ríos, que recorrían la totalidad de mi polla que asemejaba en ese momento a una tubería de gas en San Petersburgo. Con toda la sangre en el cipote y sin pensar en las consecuencias, lancé las falanges hacía su tesoro más escondido, saltando cual valla sus leggins negros de Decathlon y sus bragas, que desconozco el color pero así al tacto podría decir que tenían bastantes lavados a sus espaldas. Llegué a alcanzar el clítoris con el dedo corazón y justo en el momento de tocar el timbre de la felicidad femenina, Carla activó las señales de alarma y un “esto no está bien" salió de su boca. 

Se levantó y se fue sin añadir palabra. Yo me quedé con una mano en mi polla y con la otra en la nariz aspirando el olor a bacalao que tenía impregnado en el dedo corazón mientras me sacudía la sardina pensando en lo que pudo haber sido y no fue.

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