Verano de 1996: Ciclomotores racing y un establo abandonado

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Como era de costumbre durante el verano de 1996 habíamos convertido el parque del pueblo en un taller para tocar y retocar diferentes piezas de nuestras motos de 49 c.c. A decir verdad odiaba ese ritual semanal que consistía en esperar varias horas a que el manitas del grupo, Jacinto, "tocara" una moto y seguidamente ver como ese artefacto a motor se ponía a unos 120 km/h bajando por la cuesta de la villa ante los "ohhhhh" y demás exclamaciones del personal. Muy probablemente odiaba ese ritual porque era el único de la cuadrilla que no disponía de su ciclomotor. ¡Cuando seas mayor de edad ya harás lo que quieras!. Decían mis padres cada vez que intentaba convencerles para que me compraran mi primera motillo. Pero todos esfuerzos era en vano y acudía a dicha cita con mi Mountain Bike de 14 velocidades y frenos Shimano adquirida en el desaparecido Continente. Decir que cuando cumplí la mayoría de edad el discurso varió al "Cuando vivas solo ya harás lo que quieras". Casi 20 años después se que todas esas respuestas y justificaciones respondían al miedo y a la inseguridad que supone saber que tienes a un adolescente haciendo el cabra con una moto. 


Éramos todo chicos excepto Mari Carmen, una chica joven aficionada al mundo del motor que no lo dudaba a la hora de mancharse de grasa.Lo cierto es que verla tumbada y modificando el tubo de escape era algo poco excitante para mi (para gustos... colores). Por entonces era prácticamente la única que tenía una moto de marchas, el resto se conformaba con la tradicional Derby Variant o los "vespinos" que heredaban de padres y/o abuelos. Durante esa época era un chico bastante tímido y me costaba establecer conversación con chicas de mi edad, estaba pasando por la clásica edad del pavo y los granos incipientes de la frente y pómulos no ayudaban en ofrecerme autoestima y seguridad conmigo mismo. Mari Carmen siempre estaba pendiente de mi, a día de hoy tendría muy claro que lo que quería esa chica era que le empujara sus deposiciones para adentro pero antaño era muy inocente y pensaba que le caía bien, sin más. Incluso me ruborizaba cada vez que los amigos hacían alguna broma sobre nosotros. Por entonces no tenía prácticamente experiencia con mujeres salvando una noche de besos inocentes que tuve durante as verbenas del pueblo. 

A nivel sexual estaba sin estrenar a pesar de la experiencia de años cascándomela cual mono en celo utilizando una cinta VHS de cine de adultos que rulaba entre los amigotes cual porro en una comuna hippy. Fueron muchas las veces que ponía la cara y el cuerpo de Mari Carmen en mis momentos íntimos junto a mi sable. ¿Como era ella? Os preguntaréis. Era una chica pícara y avispada. Tenía una cara fina y delicada pero que a su vez transmitía morbo, mucho morbo. No se si era su mirada penetrante o su sonrisa desafiante que llamaba tanto la atención. Uno de esos sábados acabamos cenando en el mismo parque y nos enredamos hasta bastante tarde. Mi límite eran las 11 cual Cenicienta y sabía que tendría bronca al llegar a casa ya que pasaba la medianoche. Además ese día no había llevado la bicicleta y me esperaban unos 800 metros de camino a casa. Mari Carmen, pendiente de mi y de mi cara de circunstancias ante la que se me venía encima, se ofreció a llevarme a casa y rápidamente accedí, aunque le dije que me tendría que dejar antes de llegar a casa por si mis padres veían u oían que había ido en moto, cosa que tenía terminantemente prohibida. 

Quedamos en eso y emprendimos camino con su vieja Rieju heredada de su hermano mayor. Le gustaba correr, supongo que se sentía poderosa. Además con la velocidad lucía más su melena rubia y que olía extremadamente bien. ¿Casco?. En mi pueblo no se gastaba eso. Ver a alguien en casco por mi pueblo a finales de los 90' era muy difícil. Al llegar al lugar acordado me bajé y ella hizo lo propio para despedirse. Estábamos en una calle sin asfaltar, en el portal de una casa antigua que contaba con una especie de establo aunque no estaba habitado por ningún animal. Esperaba los dos besos de educación y cortesía cuando Mari Carmen fue directa a por mi boca, que besó como si no hubiera un mañana.
Besos con lengua a los que respondía de la mejor forma que podía, supongo que con movimientos muy estudiados en mi cabeza y que no me dejaban dejarme llevar por la pasión y la espontaniedad. Cosas de adolescente, supongo. Poco a poco fuimos juntando nuestros cuerpos, buscábamos, de forma brusca e inocente, el contacto de nuestros sexos a través de la ropa y cuando lo hicimos notamos como ambos estábamos tan excitados como cortados por la situación, aunque gracias a que la noche era cerrada y apenas había luz nos íbamos soltando y disfrutando de los refrotes. Estaba siendo mi primera experiencia sexual y cada vez iba dejando de lado los complejos. Ahora ya no nos restregábamos de forma disimulada si no que la empotré en una vieja valla de madera para poder sentir mejor su coño, seguramente peludo (era lo que había entonces), caliente mientras que sentía como emitía leves pero morbosos gemidos cada vez que notaba la fricción. 

La cosa se fue de las manos hasta el punto que asomó mi glande cual suricato por encima del bañador. Lejos de intimidarse, Mari Carmen tomó la iniciativa y devolvió a la libertad a la bestia, que tenía ganas de salir al exterior después de tantos años buscando su minuto de gloria. Agarró fuertemente la polla y empezó a jugar con ella... Tan solo me bastaron un par de sacudidas para derramar todo el jugo contenido en el interior de mis pelotas, una corrida espontánea que no pude controlar y que hizo que Mari Carmen esbozara una sonrisa que mezclaba timidez y alegría. Minutos después de correrme y con sospechosas manchas en el bañador entraba en casa con una señorial bronca de mi madre. Pasaban de las 1:30 de la madrugada. Sin embargo esa bronca me supo a gloria. Había valido la pena.
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