En algún momento de nuestra vida todos hemos mantenido una relación sexual sin estar plenamente convencido de ello o, en el peor de los casos, nos hemos sentido prácticamente obligados a ello. A mi también me llegó ese día en el que fue percutido sin posibilidad alguna de escapar de semejante situación.
Para contar esta historia tengo que remontarme a finales del siglo pasado, sobre 1999 diría. Una de esas noches de verano en la que te creces hablando con las amistades de la época en aquel bonito pueblo y que gracias al consumo de cannabis hacíamos más agradable, si cabía, la tertulia nocturna. Al volver a casa, alrededor de las 3:00 am, me encontré un perro, pastor alemán para más detalles, que estaba a camino entre mi casa y el lugar habitual de reunión. Mi primera reacción fue de asustarme puesto que el can estaba solo y suelto por lo que no sabía que reacción podía tener pero por suerte fue amigable y rápidamente se acercó y empezamos a interaccionar hasta tal punto que cuando llegó el momento de la despedida me siguió y a pesar de mis intentos para desviarlo de mi trayectoria el seguía pegado a mi. Como ya era tarde decidí llevarlo a casa y al día siguiente ya movería hilos para averiguar si se había escapado o lo que fuera....
Por aquel entonces vivía en una casa típica de pueblo, con su pequeño huerto y dos plantas, de vivir digo, no de sembrar aunque de esas también tenía. Para no alterar los nervios de mi padre decidí llevarlo a la planta de arriba, una azotea con muchas posibilidades pero que se quedó solamente en eso puesto que nunca le dimos un uso como tal y únicamente sirvió para guardar cosas. Una vez ahí le preparé al perro un bol con agua y otro con restos de la cena para que reponer fuerzas y le observé mientras engullía los macarrones con queso. Encendí un cigarrillo de la risa para disfrutar mejor aquel momento y aproveché también para disfrutar de las despejadas vistas que me regalaba el lugar. Apoyado a la ventana noté una presencia extraña en mi retaguardia. Era el perro que intentaba subir a mi altura... Yo, inepto de mi, pensaba que quería ver que había "fuera" y me hice a un lado y le indiqué con la mano y mi perfecto inglés "Yump" que apoyara las piernas. Pero no. A el las vistas, las estrellas y la Sierra de Tramuntana le importaba lo mismo que a mi el modus operandi de la alimentación del manatí africano. Lo que quería ese hijo de mil perras, nunca mejor dicho, era percutirme. Tal y como lo leéis. Buscaba la postura para restregar su enorme pistolón en mi, por aquellos tiempos, cuidado físico y para ello se me abalanzaba una y otra vez con las patas delanteras hasta que consiguió rodearme por la cintura y notaba como me golpeaba fuertemente con su mástil en la parte posterior del muslo.
¡No podía ser! Un can de proporciones bíblicas me estaba intentando robar la flor. El tesoro más preciado en un hombre y es que con el roce sentía como el bañador iba perdiendo consistencia en mi cadera y poco a poco iba cediendo ante las acometidas del perro. Lo que hice y haría todo hijo de vecino fue intentar retirar las patas de mi cintura pero no esperaba que al hacerlo me gruñiera. Aún tengo grabado a fuego ese gruñido y lo peor vino cuando me giré en busca de una "explicación" y puede ver como se le fruncía el ceño enseñándome sus colmillos afilados y de un tamaño más que considerable. En ese momento me sentí la putita dle perro y tuve la idea de sacar mi Alcatel One Touch Easy para, a la deseperada, llamar a un amigo para contarle la situación.
- Ven a casa por favor
- Eh? Qué pasa?
- Un perro tio. Me está dando duro.
- Eh! Jajajajajaja Qué dices?
- Que si joder. Que un perraco me está violando
- Venga no me ralles que estoy entrando en casa y voy a despejar a mis viejos. Adios
- Ehhhhh Ehhhhhhh
La siguiente medida fue hacer aspavientos a un coche que se acercaba y, a pesar de estar en una posición más alta, podíamos vernos. El tipo, un vecino del pueblo, me respondió al "saludo" con un intercambio de luces cortas-largas. En ese momento sabía que estaba a merced de las fantasías calenturientas de un perro salido y con mucho vicio en sus venas. Claudiqué. Asumí el rol de forzado y bajo aquel manto de estrellas que poblaban el cielo ese día de agosto recibí una buena follada no consentida, que por suerte tan solo fueron unos refrotes. Hablando de refrotes me acuerdo una historia con uno de mis primeros ligues, una rubia espectacular que guarda un cierto parecido con Marta Simonet y que conseguí ligármela con la mejor de mis estrategias: La mentira. A una mujer hay que mentirla. Ellas se fijan en la palabra. Nosotros en el físico. Por ello ellas se maquillan, utilizan push ups, etc... Nos mienten igual. Se trata de equilibrar la balanza. Lo que os contaba, me estaba liando a esa chica en un pub de un pueblo que celebraba sus fiestas patronales y nos fuimos a dar una "vuelta" para intimar un poco más. ¿A follar? QUE VA. Antes no era como ahora. Follar la primera noche era imposible. Nos conformábamos con mucho menos y con frotarnos un poco ya nos dábamos por satisfechos. Esa noche me emocioné un poco y acabé con el glande por fuera del pantalón. La putada es que no me dí cuenta yo, si no un grupo de chicos que se reían cuando ya volví al lugar donde se llevaba a cabo la verbena. Notaba algo raro en la zona pero como sabía que tenía la bandera izada no quería mirar porque me daba apuro que mi "rubia" también mirara y que la situación se volviera incómoda.
Pero a lo que íbamos. Fui vejado, humillado, percutido y, lo que es peor, lefado por un pastor alemán, una historia que conté al día siguiente a mis amistades y que jamás me creyeron. Incluso cuando contábamos anécdotas de "colocones" siempre salía el amigo de turno que decía:
- La mejor colocada fue la de Pedro el día que se creyó que le folló un perro jojojojojo.
Me folló, cabrones. :(.
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